Al protagonista de este relato los Reyes Magos le regalaron un Cinexin cuando tenía cinco años. Devoró docenas de películas clásicas en las sobremesas de Televisión Española mientras su abuelo se quedaba embobado con John Wayne pegando tiros. Acarició por primera vez la mano de una chica en la oscuridad de una sala justo cuando Bud Spencer le partía la cara a un tío. El vídeo le cambió la vida, aunque en la década de los ochenta no podía imaginar los fenómenos de los que sería testigo en poco tiempo: la desaparición de los grandes cines, la proliferación de multisalas, el DVD y, cómo no, Internet. De hecho, ahora ve filmes de Bergman en un iPad… e intenta convertir a su hija de cinco años en seguidora de John Ford.